ARTHUR CONAN DOYLE (1859-1930)
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Sir Arthur
Conan Doyle (1859-1930) fue
iniciado en la logia Phoenix Lodge nº 257 de Portsmouth el día 26 de
enero de 1887 |
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Arthur
Conan Doyle nació el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo. Cursó estudios
en Stonyhurts antes de ingresar en la Universidad de Edimburgo. Viajó
como médico naval por los mares árticos y entre 1882 y 1890 trabajó
como médico en Southsea (Inglaterra).
En la página 20 de la revista The Masonic Illustrated
de octubre de 1901 se dió cuenta del regreso del Hermano Dr. Conan
Doyle y de su familia, tras sus largos viajes a Groenlandia y Africa.
Para celebrar su vuelta la Logia “Santa María de la Capilla” nº 1 de
Edimburgo le confirió el titulo de miembro de honor. En su discurso de
agradecimiento, Conan Doyle insistió en los valores de la
Francmasonería.
En efecto, Arthur Conan Doyle
fue iniciado a la Masonería en la logia Phoenix Lodge nº 257 de
Portsmouth el día 26 de enero de 1887 siendo apadrinado por Sir
William King (sustituto del gobernador del condado de Hampshire) y
secundado por Sir John Brickwood. Fue pasado al grado de compañero
masón el 3 de febrero de 1887 y exaltado al grado de maestro masón el
23 de marzo de 1887. También fue miembro honorario de la Logia “Santa
María de la Capilla” nº 1 de Edimburgo, de la Gran Logia de Escocia.
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Sir Arthur
Conan Doyle (1859-1930)
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“Estudio en escarlata” es el primero de los 68 relatos en los que
aparece la figura de Sherlock Holmes, publicado en 1887. Para su
creación se basó en un profesor de Universidad de ingeniosa habilidad
para el razonamiento deductivo. Acompañan a Holmes su amigo el doctor
Watson, que es el narrador de los cuentos, y el criminal profesor
Moriarty.
¿Qué lazos unían a Holmes a la
Francmasonería? En “El Negociante de Norwood” se describe a John H.
McFarlane:
(Holmes): - Vd. me ha anunciando su
nombre como si yo debiera conocerle, pero le certifico que, aparte de
los hechos evidentes de que Vd. es soltero, hombre de ley, francmasón
y asmático, no sé nada de Vd. (Watson prosigue): - No me fue difícil
remontar el hilo de sus deducciones y notar que ciertos colgantes
pendían de su cadena de reloj. En “Estudio en escarlata” Gregson
describe a Enoch Drebber con “un anillo de oro con una divisa
masónica”. En “La aventura del fabricante de colores retirado, al
hablar del detective Backer, Holmes pregunta- ¿Y una aguja de corbata
masónica?(Watson): - Un hombre de rostro grave llevaba gafas y una
aguja de corbata masónica. En la “La Liga de los pelirrojos” Holmes le
dice a Wilson que es masón, a lo que ´ste pregunta - ¿Cómo diablos
sabe Vd. que soy francmasón? (Holmes) - No insultaré su inteligencia
diciéndole cómo lo he visto y más teniendo en cuenta, que en
contradicción con el reglamento de su Orden, Vd. lleva como aguja de
corbata un arco y un compás.
Algunos de sus mejores relatos
son: El signo de los cuatro (1890), Las aventuras de Sherlock Holmes
(1892), El sabueso de los Baskerville (1902) y Su último saludo
(1917). También tuvo éxito con sus novelas históricas, como Micah
Clarke (1888), La compañía blanca (1890), Rodney Stone (1896) y Sir
Nigel (1906), así como con su obra de teatro Historia de Waterloo
(1894). Durante la guerra de los Bóers fue médico militar y a su
regreso a Inglaterra escribió La guerra de los Bóers (1900) y La
guerra en Suráfrica (1902). Durante la I Guerra Mundial escribió La
campaña británica en Francia y Flandes (1916–1920). La muerte en la
guerra de su hijo le convirtió en defensor del espiritismo dedicándose
a dar conferencias y a escribir ampliamente sobre el tema. Su
autobiografía, Memorias y aventuras, se publicó en 1924. Falleció el 7
de julio de 1930 en Crowborough (Sussex).
La Royal Mail emitió el 12 de
octubre de 1993 cinco sellos en honor de Conan Doyle y de su personaje
más famoso, Sherlock Holmes, ilustrando cinco de sus aventuras: Los
Propietarios de Reigate, el Perro de los Baskerville, los Seis
Napoleones, el Intérprete Griego y por supuesto, el Problema Final.
Uno de ellos fue emitido en un sobre de la Gran Logia provincial de
Suffolk en la que se leía la inscripción: Installation of the
provincial Grand Master for Suffolk R. W. Bro. R. J. R. Tile, at the
Corn Exchange, Ipswick, Tuesday 26th Oct. 93.
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Experimentos de Conan Doyle
parapsicológicos por medio de la fotografía |
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Estatua
de bronce de Sherlock Holmes patrocinada por la Abbey National que
se puede ver junto a la estación de metro de Baker Street |
Museo Sherlock
Holmes de Londres:
Las
aventuras de Sherlock Holmes y el Doctor Watson transcurren desde el
año 1881 hasta 1907.
El
museo de Sherlock Holmes se encuentra en el número 221 B de Baker
Street, muy próximo a Regent’s Park, al museo de cera Madame Tussauds
y al Planetario de Londres.
El
museo de Sherlock Holmes se encuentra, al igual que sucede en las
novelas, en el número 221 B de Baker Street. Este edificio se
construyó en el año 1815 y fue una pensión desde el año 1860 al 1934.
El número 221 B de Baker Street se trató en un principio de un número
ficticio que escogió Sir Arthur Conan Doyle. En el momento en que se
escribieron las novelas y relatos de Sherlock Holmes, la calle de
Baker Street sólo alcanzaba el número 85. En el año 1930, la calle se
amplió de forma significativa. y apartir de ese momentose empezaron a
recibir cartas de todo el mundo para Sherlock Holmes, enviadas al 221
B de Baker Street. En la actualidad el número 221 es propiedad de la
Sociedad Internacional de Sherlock Holmes y ha sido catalogada como
monumento arquitectónico e histórico.
Bibliografía: R. T.
Runciman, "Sir Arthur Conan Doyle, Sherloxk Holmes and the Freemasonry",
en Ars Quatuor Coronatorum, Londres, 104 (1991), pp. 178-186.
Web
oficial del museo Sherlock Holmes -
www.sherlock-holmes.co.uk
Sir Arthur Conan Doyle se inspiró en la
masonería para desarrollar numerosos temas argumentales de sus
novelas. Ejemplo de ello es la novela El Valle del Miedo:
Cap. I:
El joven peregrino clavó su mirada en
este tétrico campo con el rostro de repulsión mezclado con interés,
que le mostraba que el escenario era nuevo para él. En los intervalos
sacaba de su bolsillo una gruesa carta por la cual acudía, y en cuyos
márgenes había garabateado algunas notas.
Una vez de detrás de su cintura extrajo
algo que uno raramente hubiera esperado hallar en posesión de un
hombre de benigno temperamento. Era un revólver de marina del mayor
tamaño. Mientras lo colocaba oblicuamente hacia la luz, el fulgor en
los bordes de los cartuchos de cobre dentro del cilindro le mostraba
que estaba completamente cargado. Rápidamente lo regresó a su bolsillo
secreto pero no antes de que fuera visto por un proletario que se
había sentado en la contigua banca.
- ¡Hola, amigo! – saludó -. Se ve de
pie y preparado.
El hombre joven sonrió con un aire de
turbación.
- Sí – dijo – los necesitamos algunas
en el lugar de donde provengo.
- ¿Y dónde es?
- Últimamente estuve en Chicago.
- ¿Un extraño en esta zona?
- Sí.
- Pudiera ser que la necesite aquí –
alegó el trabajador.
- Ah, ¿de verdad? – el joven se vio
interesado.
- ¿No ha oído nada acerca de
acontecimientos por estos lugares?
- Nada fuera de lo común.
- Dios, pensé que el país estaba lleno
de ellos. Los oirá rápidamente. ¿Qué le hizo venir aquí?
- Siempre presté atención cuando decían
que siempre hay un trabajo para un hombre dispuesto.
- ¿Es un miembro de la unión?
- Seguro.
- Entonces hallará su trabajo, creo.
¿Tiene amigos?
- No aún; pero tengo intenciones de
hacerlos.
- ¿Cómo es eso?
- Soy uno de la Eminent Order of
Freemen. No hay pueblo sin una logia, y donde la haya haré amistades.
Esa revelación tuvo un singular efecto
en su compañía. Observó sospechosamente a los otros en el carro. Los
mineros continuaban murmurando entre ellos. Los dos policías
dormitaban. Él se acercó, se sentó junto al joven viajero, y sostuvo
su mano.
- ¡Póngala! – exclamó.
Un apretón de manos pasó entre los dos.
- Veo que dice la verdad – mencionó el
obrero -. Pero siempre es bueno asegurarse -. Elevó su mano diestra
hasta su ceja derecha. El emigrante a su vez subió su mano izquierda a
su ceja izquierda.
- Las noches oscuras son desagradables
– pronunció el trabajador.
- Sí, para que viajen los extraños – el
otro respondió.
- Eso es suficiente. Soy el Hermano
Scanlan, Logia 341, Vermissa Valley. Encantado de verlo en estos
sitios.
- Gracias. Soy el Hermano John McMurdo,
Logia 29, Chicago. Jefe del cuerpo J. H. Scout. Pero sí que tengo
suerte de encontrar un hermano tan temprano.
- Bueno, hay muchos de los nuestros por
aquí. No encontrara la orden más floreciente en ningún lado de los
Estados Unidos que aquí en Vermissa Valley. Pero podemos aceptar a
muchachos como usted. No concibo a un hombre activo de la unión sin
encontrar nada que hacer en Chicago.
- Encontré mucho trabajo que hacer –
respondió McMurdo.
- ¿Entonces por qué se fue?
McMurdo movió su cabeza hacia los
policías y sonrió.
Me imagino que estos tipos estarían
felices de saberlo.
Scanlan gimió compasivamente.
Cap. II:
- Es una insólita bienvenida – McMurdo
replicó con algo de dignidad – para el jefe del cuerpo de una logia de
Freemen hacia un hermano extraño.
- ¡Sí, pero es eso mismo lo que tiene
que probar – prorrumpió McGinty – y que Dios le ayude si falla! ¿Dónde
fue hecho?
- Logia 29, Chicago.
- ¿Cuándo?
- El 24 de junio de 1872.
- ¿Cuál jefe del cuerpo?
- James H. Scott.
- ¿Quién era su gobernador distrital?
- Bartholomew Wilson.
- ¡Hum! Parece suficientemente suelto
en sus respuestas. ¿Qué está haciendo aquí?
- Trabajando, lo mismo que usted, pero
un oficio más pobre.
- Tuvo su respuesta bien rápida.
- Sí, siempre fui rápido al hablar.
- ¿Es rápido de acción?
- He tenido ese nombre entre quienes me
conocían mejor.
- Bien, lo probaremos más pronto de lo
que se imagine. ¿Ha oído algo de la logia por estos lares?
- He oído que se necesita ser un hombre
para ser un hermano.
- Verdaderamente para usted, McMurdo.
¿Por qué abandonó Chicago?
- ¡Estaré condenado si le digo eso!
McGinty abrió sus ojos. No estaba
acostumbrado a ser respondido de esa forma, y le divirtió.
- ¿Por qué no me lo va a decir?
- Porque ningún hermano debe decirle a
otro una mentira.
- ¿Entonces la verdad es demasiado mala
para decirla?
- Lo puede poner de esa forma si gusta.
- Vea, señor, no puede esperar que yo,
como jefe del cuerpo, vaya a pasar a la logia a alguien que no puede
responder por su pasado.
McMurdo se vio perplejo. Después tomó
un recorte de periódico gastado de su bolsillo interior.
- ¿Nunca delataría a un compañero? –
manifestó.
- ¡Atravesaré mi mano por su cara si me
dice tales palabras! – chilló McGinty ardientemente.
- Tiene razón, Consejal – pronunció
McMurdo dócilmente -. Debo pedir disculpas. Hablé sin pensarlo. Bien,
sé que estoy seguro en sus manos. Mire este recorte.
McGinty colocó sus ojos sobre la reseña
de un disparo a un tal Jonas Pinto, en Lake Saloon, Market Street,
Chicago, en la semana de año nuevo de 1874.
- ¿Su trabajo? – formuló mientras
devolvía el periódico.
McMurdo asintió.
- ¿Por qué le disparó?
- Estaba ayudándole al Tío Sam a hacer
dólares. Tal vez el mío no era tan fino oro como el suyo, pero se
veían bien y eran más baratos para hacer. Este hombre Pinto me ayudó a
impulsar los falsos…
- ¿Hacer qué?
- Bueno, significa sacar dólares para
su circulación. Después dijo que lo revelaría. Quizás lo hizo. No
esperé a verlo. Solamente lo maté y puse pies en polvorosa para los
campos de carbón.
- ¿Por qué los campos de carbón?
- Porque había leído en los periódicos
que no eran muy minuciosos en esas partes.
McGinty se rió.
- Fue primero un acuñador y luego un
asesino, y vino a estas zonas porque pensó que sería bienvenido.
- Algo así – contestó McMurdo.
- Bueno, creo que llegará muy lejos.
Dígame, ¿puede hacer esos dólares aún?
McMurdo sacó media docena de su
bolsillo.
- Éstos nunca pasaron la casa de moneda
de Filadelfia – indicó.
- ¡No me diga! – McGinty los sostuvo
contra la luz con su enorme mano, que era tan peluda como la de un
gorila -. No puedo ver ninguna diferencia. ¡Dios! ¡Será un hermano
poderosamente útil, estoy pensándolo! Podemos hacerlo con un bandido o
dos entre nosotros, amigo McMurdo: pues hay tiempo en los que debemos
tomar nuestro propio partido. Estaríamos pronto contra la pared si no
hacemos retroceder a aquellos que nos estaban empujando.
- Bien, me imagino que haré mi parte en
empujar con el resto de los chicos.
- Parece tener un buen ánimo. No se
retorció cuando le apunté con esta arma.
- No era yo quien estaba en peligro.
- ¿Quién entonces?
- Era usted, Consejal - McMurdo extrajo
una pistola percutida de su bolsillo lateral de su chaquetón de
marinero -. Lo he estado cubriendo todo este tiempo. Creo que mi
disparo hubiera sido tan rápido como el suyo.
- ¡Por Dios! – McGinty se abochornó en
un rojo furioso y luego estalló en un bramido de risa -. Dígame, no
hemos tenido ningún terror más grande que venga a nosotros este año.
Reconozco que la logia estará muy orgullosa de usted… Bien, ¿qué
diablos quieres? ¿Y no puedo hablar solo con un caballero por cinco
minutos sino que debes entrometerte entre nosotros?
El cantinero permaneció avergonzado.
- Discúlpeme, Consejal, pero es Ted
Baldwin. Dice que debe verlo este mismo instante.
El mensaje fue innecesario; pues la
sólida y cruel cara del hombre por sí mismo estaba mirando por encima
del hombro del empleado. Empujo al tabernero y le cerró la puerta.
- Así que – dijo clavando su furiosa
vista en McMurdo -, se vino aquí primero, ¿no es así? Tengo una
palabra que mencionarle, Consejal, sobre este hombre.
- Entonces dígala aquí y frente a mí –
exclamó McMurdo.
- La diré en mi propio tiempo, a mi
propio estilo.
- ¡Basta! ¡Basta! – berreó McGinty,
elevándose de su barril -. Esto nunca funcionará. Tenemos un nuevo
hermano aquí, Baldwin, y no nos corresponde saludarlo de esa forma.
¡Saque su mano, hombre, y levántela!
- ¡Nunca! – gritó Baldwin en cólera.
- Le he ofrecido pelear con él si cree
que le he perjudicado – señaló McMurdo -. Lucharé con mis puños, o, si
eso no lo satisface, lucharé de la manera que el escoja. Ahora, se lo
dejo a usted, Consejal, juzgar entre nosotros como un jefe del cuerpo
debe hacer.
- ¿Qué ocurre, entonces?
- Una joven señorita. Es libre de
elegir por sí misma.
- ¿Lo es? – gritó Baldwin.
- Como es entre dos hermanos de la
logia debería decir que lo es – dictó el jefe.
- Oh, ése es su fallo, ¿no es así?
- Sí, sí lo es, Ted Baldwin – explicó
McGinty, con un encaro maléfico -. ¿Será usted quien lo discuta?
- ¿Rechazará a alguien que ha estado
con usted estos cinco años a favor de un hombre que no vio nunca antes
en su vida? ¡No será un jefe del cuerpo de por vida, Jack McGinty, y
por Dios! Cuando toque votar nuevamente…
El Consejal se impulsó hacia él como un
tigre. Su mano encerró el cuello del otro, y lo lanzó hacia atrás
entre los barriles. En su loco furor hubiera exprimido su vida si
McMurdo no hubiera interferido.
- ¡Cuidado, Consejal! ¡Por la gracia de
Dios, con cuidado! – abucheó, mientras lo arrastró hacia atrás.
McGinty soltó su presa, y Baldwin,
acobardado y sacudido, jadeando para respirar, y temblando en cada
extremidad, como uno que ha visto el mismo borde de la muerte, se
sentó sobre el barril del cual había sido tirado.
- ¡Ha estado pidiendo esto hace varios
días, Ted Baldwin, ahora ya lo tuvo! – aulló McGinty, con su enorme
pecho levantándose y cayendo -. Quizás pensaste que si yo era
rechazado por votación como jefe del cuerpo te encontrarías pronto en
mis zapatos. Está en la logia decidir eso. Pero mientras sea el jefe
no dejaré que ningún hombre levante su voz contra mí o mis
disposiciones.
- No tengo nada contra usted – barboteó
Baldwin, cogiendo su garganta.
- Bueno, entonces – gruñó el otro,
recayendo en un momento en una fanfarrona jovialidad -, somos todos
buenos amigos de nuevo y ahí acaba el asunto.
Agarró una botella de champagne del
estante y giró el corcho.
- Vean ahora – continuó, a la par que
llenaba tres grandes vasos -. Bebámonos la razón de la discordia de la
logia. Después de eso, como saben, no puede haber mala sangre entre
nosotros. Ahora, la mano izquierda en la manzana de mi garganta. Le
digo, Ted Baldwin, ¿cuál es la ofensa, señor?
- Las nubes son pesadas – contestó
Baldwin.
- Pero por siempre serán brillantes.
- ¡Y esto lo juro!
Los hombres bebieron sus vasos, y la
misma ceremonia fue realizada entre Baldwin y McMurdo.
- ¡Aquí! – chilló McGinty, frotando sus
manos
-. Ése es el final de la sangre negra.
¡Estarán bajo la disciplina de la logia si va más allá, y es una mano
pesada en estas partes, como el Hermano Baldwin conoce, y como lo
hallará muy pronto, Hermano McMurdo, si busca problemas!
- Tenga fe en que tardaré mucho en
llegar a eso – declaró McMurdo. Mantuvo firme su mano con la de
Baldwin -. Soy rápido para reñir y rápido para perdonar. Es mi
caliente sangre irlandesa, me dicen. Pero está todo terminado para mí,
y no llevo ningún resentimiento.
Baldwin tuvo que tomar la mano
ofrecida; porque el ojo funesto del terrible jefe estaba sobre él.
Pero el rostro arisco mostraba cuán poco las palabras del otro lo
habían hecho cambiar de opinión.
McGinty los palmoteó a ambos en los
hombros.
- ¡Cielos! ¡Estas chicas! ¡Estas
chicas! – bramó -. ¡Pensar que las mismas chiquillas se interpondrían
entre dos de mis muchachos! ¡Es la misma suerte del diablo! ¡Bien, es
la niña dentro de ellas la que debe arreglar la cuestión; pues está
fuera de la jurisdicción de un jefe del cuerpo, y el Señor debe ser
loado por eso! Tenemos suficiente con nosotros, sin las mujeres. Será
afiliado a la Logia 341, Hermano McMurdo. Tenemos nuestros propios
modos y métodos, diferentes de los de Chicago. El sábado por la noche
es nuestra reunión, y si viene entonces, le haremos vacante para
siempre de Vermissa Valley.
Cap. III:
En la noche del sábado McMurdo fue
introducido a la logia. Había pensado entrar sin ceremonia al ser un
iniciado de Chicago; pero había particulares ritos en Vermissa de los
cuales estaban orgullosos, y estos tenían que ser aguantados por todos
los postulantes. La asamblea se reunió en una gran habitación
reservada para tales propósitos en la Union House. Unos sesenta
miembros congregados en Vermissa; pero eso de ningún modo representaba
el poder completo de la organización, pues había varias otras logias
en el valle, y otras más allá de las montañas a cada lado, que
intercambiaban miembros cuando algún serio negocio estaba en pie, para
que así un crimen pueda ser cometido por extraños en la localidad. Con
todos juntos no había menos de quinientos esparcidos por el distrito
del carbón.
En el desnudo cuarto de la asamblea los
hombres estaban concentrados alrededor de una larga mesa. Al lado
había una segunda cargada con botellas y vasos, en los que algunos
miembros de la compañía ya habían puesto sus ojos. McGinty se sentó a
la cabeza con un gorro negro llano de terciopelo sobre su mata de pelo
negro enredado, y una estola morada en torno a su cuello; por lo que
parecía ser un sacerdote presidiendo un ritual diabólico. A su derecha
e izquierda estaban los altos oficiales de la logia, con la cruel y
atractiva faz de Ted Baldwin entre ellos. Cada uno de ellos vestía una
bufanda o medallón como emblema de su puesto.
Eran, en su generalidad, hombres de
edad madura; pero el resto de la compañía consistía en jóvenes
muchachos de dieciocho a veinticinco, los aptos y capaces agentes que
ejecutaban las órdenes de sus mayores. Entre los hombres mayores había
varios cuyos rasgos mostraban las feroces almas sin ley que llevaban
dentro; pero mirando al rango y fila era difícil pensar que estos
ansiosos y francos chiquillos eran en realidad una temible banda de
asesinos, cuyas mentes habían sufrido una tan completa perversión
moral que tomaban un horrible orgullo en su eficiencia en el trabajo,
y veían con el más grande respeto al hombre que tenía la reputación de
hacer lo que ellos llamaban “una tarea limpia”.
En, sus retorcidas naturalezas se había
convertido una cosa animada y caballerosa hacer un “servicio” contra
un hombre que nunca les había dañado y que en muchos casos nunca
habían visto en sus vidas. Una vez hecho el crimen, se peleaban por
decidir quién había dado el tiro final, y se entretenían entre ellos y
a la compañía describiendo los gritos y contorsiones del hombre
asesinado.
Al comienzo habían mostrado algo de
secreto en sus disposiciones; pero en el tiempo en que esta narración
las describe sus proce- dimientos eran extraordinariamente abiertos,
pues los repetidos fracasos de la ley les habían probado que, por una
parte, nadie se atrevería a testificar contra ellos, y por la otra
tenían un ilimitado número de testigos adictos los cuales podían
llamar, y un bien repleto cofre del tesoro del que podían sacar los
fondos para contratar el mejor talento legal del estado. En diez
largos años de atropellos no había habido ni una prueba de
culpabilidad, y el único peligro que amenazaba a los Scowrers yacía en
la misma víctima, que aunque sobrepasada en número y tomada por
sorpresa, podía, y ocasionalmente lo hacía, dejar su marca en sus
asaltantes.
McMurdo había sido advertido que una
prueba le esperaba; pero nadie le decía en qué consistía. Había sido
llevado al cuarto exterior por dos solemnes hermanos. Por la división
de la tabla podía oír el murmullo de varias voces de dentro de la
asamblea. Una o dos veces alcanzó a escuchar el sonido de su propio
nombre, y sabía que estaban discu- tiendo su candidatura. Entonces
entró un guardia de adentro con una verde y dorada banda a través de
su pecho.
- El jefe del cuerpo ordena que debe
ser reforzado, enceguecido e introducido – pronunció.
Tres de ellos le removieron su abrigo,
levantaron la manga de su brazo derecho, y finalmente pasaron una
cuerda encima de sus codos y la apretaron. Luego colocaron una tupida
montera negra justo sobre su cabeza y la parte superior de su rostro,
para que no pueda ver nada. Después fue conducido a la sala de la
asamblea.
Era todo de un negro alquitrán y muy
sofocante bajo esa capucha. Oía el crujido y susurro de la gente junto
a él, y luego la voz de McGinty sonó apagada y distante en sus orejas
cubiertas.
- John McMurdo – clamó la voz - ¿es
usted un miembro ya de la Ancient Order of Freemen?
Hizo una inclinación en asentimiento.
- ¿Es su logia la No. 29, en Chicago?
Se inclinó nuevamente.
- Las noches oscuras son desagradables
– bramó la voz.
- Sí, para que viajen los extraños –
contestó.
- Las nubes son pesadas.
- Sí, una tormenta se está aproximando.
- ¿Está la hermandad satisfecha? –
preguntó el jefe del cuerpo.
Hubo un murmullo general de
asentimiento.
- Sabemos, hermano, por su seña y
contraseña
que es verdaderamente de los nuestros
– dijo McGinty -. Le haremos
percatarse, sin embargo, que en este condado y en otros condados de
estos lares poseemos ciertos ritos, y también ciertas tareas de
nosotros que llaman a los buenos hombres. ¿Está listo para ser
probado?
- Lo estoy.
- ¿Es usted de corazón sólido?
- Lo soy.
- Dé un largo paso hacia delante para
comprobarlo.
A la par que las palabras eran dichas
sintió dos puntos duros en sus ojos, presionando sobre ellos de tal
forma que parecía que no los podría mover adelante sin peligro de
perderlos. Sin embargo, se armó de valor para salir resolutamente, y
mientras lo hizo la presión se desvaneció. Hubo un bajo cuchicheo de
aplausos.
- Es de corazón sólido – pronunció la
voz -.
¿Puede aguantar el dolor?
- Tan bien como el anterior – replicó.
- ¡Pruébenlo!
Todo lo que pudo hacer fue resistirse a
gritar, pues un agonizante dolor invadió su antebrazo. Casi se desmayó
por la repentina impresión de él; pero se mordió su labio y apretó las
manos para esconder su penuria.
- Puedo resistir más que eso – expresó.
Esta vez hubo un fuerte aplauso. Nunca
había sido hecha en la logia una mejor primera apariencia. Manos lo
palmotearon en la espalda y la capucha fue arrancada de su cabeza.
Permaneció parpadeando y sonriendo entre las felicitaciones de los
hermanos.
- Una última palabra, Hermano McMurdo -
manifestó McGinty -. Ya ha jurado el voto de secreto y fidelidad, y
está al tanto de que el castigo por cualquier violación es la
instantánea e inevitable muerte.
- Lo sé – profirió McMurdo.
- ¿Y acepta el mandato del jefe de
cuerpo de ahora bajo todas las circunstancias?
- Lo acepto.
- Entonces en el nombre de la Logia
341, Vermissa, le doy la bienvenida a sus privilegios y debates. Ponga
el licor en la mesa, Hermano Scanlan, y brindaremos por nuestro digno
hermano.
El abrigo de McMurdo le había sido
regresado; pero antes de ponérselo inspeccionó su brazo derecho, que
aún dolía fuertemente. Ahí en la carne del antebrazo había un círculo
con un triángulo dentro de él, profundo y rojo, como el hierro que lo
marcó lo había dejado. Uno o dos de sus vecinos se arremangaron y
mostraron sus propias señales de la logia.
- Todos la hemos llevado – exclamó uno
-, pero no tan valientemente como lo sobrellevó usted.
- ¡Tonterías! No fue nada – prorrumpió;
pero quemaba y dolía aún.
Cuando las bebidas que siguieron a la
ceremonia de iniciación ya habían sido acabadas, procedier y más
sorpresa que la que se aventuraba a mostrar a lo que se dijo a
continuación.
- El primer negocio de la agenda –
aseveró McGinty -, es leer la siguiente carta del maestro de división
Windle del condado de Merton, Logia 249. Dice: “Estimado señor:
“Hay un trabajo para ser hecho con
Andrew Rae de Rae & Sturmash, propietarios de carbón cerca de este
lugar. Usted recordará que su logia nos debe algo en correspondencia,
dado el servicio de dos de nuestros hermanos en el asunto de las
patrullas del otoño pasado. Enviará dos buenos hombres, estarán a
cargo del tesorero Higgins de esta logia, cuya dirección conoce. Él
les dirá cuándo actuar y dónde”.
“Suyo en libertad,
“J. W. WINDLE, D. M. A.
O. F”
- Windle nunca se ha rehusado a
nosotros cuando hemos tenido la ocasión de solicitar por la prestación
de un hombre o dos, y nosotros no debemos rechazarle - McGinty se
detuvo y vio alrededor de la habitación con sus opacos y malevolentes
ojos -. ¿Quién será voluntario para este asunto?
Varios jóvenes alzaron sus manos. El
jefe del cuerpo los observó con una sonrisa aprobatoria.
- Tú lo harás, Tigre Cormac. Si lo
manejas tan bien como la última vez, no estarás mal. Y tú, Wilson.
- No tengo pistola – afirmó el
voluntario, un simple chiquillo en sus años de adolescente.
- Es tu primera vez, ¿no es así? Bien,
debes ser sangriento alguna vez. Será un gran comienzo para ti. En
cuanto a la pistola, la encontrarás esperando por ti, o me equivoco.
Si se reportan el lunes, habrá tiempo suficiente. Tendrán una gran
bienvenida cuando regresen.
- ¿Alguna recompensa esta vez? –
preguntó Cormac, un joven grueso, de cara oscura y parecer brutal,
cuya ferocidad le había merecido el título de “Tigre”.
- No piensen en la recompensa.
Solamente háganlo por el honor del acto. Tal vez cuando terminen haya
unos pocos sobrantes dólares al fondo de la caja.
- ¿Qué ha hecho ese hombre? – formuló
Wilson.
- Seguramente, no está en los gustos de
uno que le pregunten qué ha hecho el hombre. Ya ha sido juzgado allá.
No es nuestro problema. Todo lo que debemos hacer es llevarlo a cabo
por ellos, de la misma manera que lo harían por nosotros. Hablando de
eso, dos hermanos de la logia de Merton vendrán con nosotros la
próxima semana a hacer algún negocio en esta comarca.
- ¿Quiénes son? – interrogó alguien.
- Tengan fe, es más sabio no consultar.
Si uno no sabe nada, no puede testificar nada, y ningún problema puede
venir de eso. Pero son hombres que harán una limpia labor cuando estén
en ello.
- ¡Y tiempo, también! – gritó Ted
Baldwin - Los muchachos están volviéndose desertores por estos lares.
Solamente la semana pasada tres de nuestros hombres fueron desviados
por el capataz Blaker. Se lo hemos estado debiendo por un largo
tiempo, y lo tendrá de lleno y apropiadamente.
- ¿Tendrá qué? – McMurdo musitó a su
vecino.
- ¡El negocio termina con un cartucho
de perdigones! – aclamó el hombre con una fuerte risa -. ¿Qué piensa
de nuestros métodos, hermano?
El alma criminal de McMurdo parecía
haber ya absorbido el espíritu de la vil asociación de la que era
ahora miembro.
- Me gusta – refirió -. Es un lugar
propicio para un mozalbete con brío.
Varios de los que se sentaban a su
alrededor oyeron sus palabras y las aplaudieron.
- ¿Qué es esto? – abucheó el jefe del
cuerpo de la negra melena desde el final de la mesa.
- Aquí nuestro nuevo hermano, señor,
que encuentra nuestros métodos a su gusto.
McMurdo se incorporó en sus pies por un
instante.
- Podría decir, eminente jefe del
cuerpo, que si un hombre pudiera ser requerido tomaría como un honor
el ser elegido para ayudar a la logia.
Hubo un gran aplauso con esto. Se
sintió que un nuevo sol estaba empujando su imagen sobre el horizonte.
Para algunos de los mayores les pareció que el progreso era demasiado
rápido.
- Yo pienso – insinuó el secretario,
Harraway, un viejo con cara de buitre y barba gris que se sentó junto
al presidente de la junta -, que el Hermano McMurdo debería esperar
hasta que sea la voluntad de la logia la que le dé un empleo.
- Seguro, eso era lo que quería decir;
estoy en sus manos – dijo McMurdo.
- Su tiempo llegará, hermano – afirmó
el presidente -. Lo hemos marcado como un hombre dispuesto, y creemos
que hará un buen trabajo en estas partes. Hay un pequeño asunto esta
noche en el que podría tomar mano si gusta.
- Esperaré por algo que valga la
penamientras.
- Puede venir esta noche, de todas
formas, y le ayudará a entender lo que exigimos en esta comunidad.
Haré el anuncio después. Mientras tanto – observó su agenda -, tengo
uno o dos puntos que traer antes de la sesión. Primero, pediré a
nuestro tesorero nuestro balance bancario. Está la pensión a la viuda
de Jim Carnaway. Fue muerto haciendo la misión de la logia y está en
nosotros ver que no salga ella perdiendo.
- Jim fue disparado el mes pasado
cuando intentaron asesinar a Chester Wilcox de Marley Creek – le
informó el vecino de McMurdo a él.
- Los fondos son buenos por el momento
– anunció el tesorero, con el libro bancario frente a él. Las firmas
han sido generosas últimamente. Max Linder & Co. pagó quinientos para
ser dejado en paz. Los hermanos Walker enviaron un ciento; pero yo
mismo los regresaré y pediré cinco. Si no los escucho hasta el
miércoles, su máquina de extracción se podría malograr. Debimos quemar
su quebrantadora el año pasado para que se volviesen más razonables.
También la West Section Coaling Company ya liquidó su contribución
anual. Tenemos suficiente en las manos para hacer cualquier
obligación.
- ¿Qué hay acerca de Archie Swindon? –
cuestionó un hermano.
- Ya ha vendido todo lo que tiene y
abandonado el distrito. El viejo diablo dejó una nota para decir que
preferiría ser un barrendero de carreteras en Nueva York que un
propietario de una gran mina bajo el poder de un grupo de
chantajistas. ¡Por Dios! Fue bueno que huyera antes de que la nota
llegue a nosotros. Me imagino que no mostrará su rostro por este valle
de nuevo.
Un hombre mayor, bien afeitado con una
afable fisonomía y unas grandes cejas se levantó desde el final de la
mesa que estaba frente al presidente.
- ¿Señor tesorero – interpeló – puedo
preguntar quién compró las propiedades de este hombre que ha salido
del distrito?
- Sí, Hermano Morris. Ha sido comprado
por la State & Merton County Railroad Company.
- ¿Y quién adquirió las minas de Todman
y de Lee que entraron al mercado del mismo modo este año?
- La misma compañía, Hermano Morris.
- ¿Y quién abonó por las fundiciones de
hierro de Manson y de Shuman, y de Van Deher y de Atwood, que han sido
resignadas últimamente.
- Fueron todas ganadas por la West
Gilmerton General Mining Company.
- No veo, Hermano Morris – pronunció el
presidente -, que nos interese quién las compró, pues no las pueden
sacar del distrito.
- Con todo el respeto que se merece,
eminente jefe del cuerpo, pienso que nos debería interesar mucho. Este
proceso ha estado en actividad por diez largos años. Estamos
gradualmente retirando a los pequeños hombres fuera del comercio.
¿Cuál es el resultado? Hallamos en sus lugares a grandes compañías
como la Railroad o la General Iron, que tienen sus directores en Nueva
York o Filadelfia, y no les interesan nuestras amenazas. Los podemos
obtener de sus jefes locales; pero eso sólo significa que otros serán
enviados a sus puestos. Y lo hacemos peligroso para nosotros mismos.
Los pequeños hombres no nos podían dañar. No tenían ni el dinero ni el
poder para hacerlo. Mientras no los exprimiéramos demasiado, quedarían
bajo nuestro dominio. Pero si esas grandes compañías se dan cuenta que
estamos entre ellos y sus ganancias, no escatimarán esfuerzos en
cazarnos y llevarnos a la corte.
Hubo un silencio ante estas palabras
ominosas, y todos los semblantes oscurecidas tenebrosamente fueron
permutados. Tan omnipotentes e indesafiables habían sido que el
pensamiento de una posible respuesta desde el fondo se había
desvanecido de sus mentes. Y aún así la idea les dio un
estremecimiento alos más descuidados de ellos.
- Es mi consejo – el hablante continuó
– que obremos con más cuidado con los hombres pequeños. El día que
sean quitados deen medio el poder de esta sociedad se resquebrajará.
Verdades no bienvenidas no eran
populares. Hubo gritos molestos a la par que el parlante regresaba a
su sitio. McGinty se irguió con oscuridad en su frente.
- Hermano Morris – articuló –, usted
siempre fue siempre un refunfuñador. Mientras los miembros de esta
logia permanezcan juntos no hay poder alguno en los Estados Unidos que
los toque. Seguro, ¿no lo hemos probado tan seguidamente en las
cortes? Yo especulo que las grandes compañías hallarán más fácil pagar
que luchar, lo mismo que las pequeñas compañías. Y ahora, hermanos –
McGinty se sacó su gorro negro de terciopelo y su estola mientras
discurseaba –, esta logia ha finalizado su negocio por esta tarde,
salvo por un pequeño asunto que podrá ser mencionado cuando ya
partamos. El tiempo ha llegado para el refrigerio fraternal y la
armonía.
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